La mente, por su naturaleza, está ligada al tiempo, en una danza entre el pasado y el futuro.
Si nos paramos a observar nuestros propios pensamientos, nos damos cuenta de que se mueven continuamente entre recuerdos de lo que ocurrió y anticipaciones de lo que hemos de hacer o que ocurrirá. En principio tener memoria y proyectar hacia el futuro no está mal, el problema viene cuando nos perdemos en el pasado o esperamos que el futuro llegue para ser felices y esto nos produce malestar. Lo que causa la tensión es estar aquí queriendo estar allí. Buda declaraba: El pasado es un sueño; el futuro, un espejismo; el presente, una nube que pasa. Pero esa nube que pasa es la que debemos vivir de forma plena y consciente.
Y esta danza mental entre pasado y futuro es la que origina nuestros miedos y por tanto limitaciones, ansiedades, baja autoestima, etc. y nuestros deseos, que a menudo son la fuente de la que beben las frustraciones, la insatisfacción con la vida, la depresión, el estrés, … pues nos apegamos al placer y nos olvidamos de la impermanencia y el fluir de la vida. Todo cambia continuamente.
Y así, la verdadera felicidad nunca se puede encontrar en las cosas que cambian y se desvanecen. Guiados por nuestra memoria nos pasamos la vida persiguiendo lo agradable y esquivando lo desagradable y esto se convierte en una búsqueda sin fin.
Al estar identificados con nuestros pensamientos, nos dejamos condicionar por nuestros recuerdos y expectativas, apartando la atención del presente que es lo que cuenta. El aquí y ahora es el momento. Intentemos pues, superar la enfermedad de pensar en el mañana o rememorar el ayer y aprendamos a centrar nuestra mente, alerta y ecuánime, en el momento presente.
Una mente atenta es una bendición y eleva lo rutinario a la categoría de sublime.
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